Los poetas, en su gran mayoría piensan que los versos, manifiestan las inquietudes de su alma. Los que negamos ser poetas y aceptamos la nostalgia de unas letras que no son mías, ni de ellos, tampoco vuestras; pensamos que los versos son exhalaciones de un dolor que metamorfosea en otro reflejo, no del alma, sino del espíritu abatido.
Y escriben ellos. Y escribimos nosotros. Y nadie cambia. Y el mundo sigue siendo el mismo. Y la muerte es muerte. Y la vida, un misterio eterno.
Y leen ellos. Y leemos nosotros. Y nadie cambia. Y el mundo sigue siendo el mismo.
Y la muerte es muerte. Y la vida, unas letras más.
Y el poeta desnudo, al lado del que niega ser poeta, también expuesto, como en un cuadro pictórico; descubre en una mente entenebrecida -que nombre de poeta nunca llegará a tener- que la muerte en aquellas letras es vida, y que la vida (en unas letras más) bajo el misterio eterno; se hace evidente ante sus ojos, y su alma y su espíritu logran cantar, como si llegara la muerte, un himno de epifanía a los dioses de aquellos poetas que sólo escriben, sin pretender algo más.
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