jueves, 17 de septiembre de 2009

Olvido; un espacio después de la ira.

Camino por estrechas calles siguiendo el rastro de tu olor
como un sabueso militante de tropas urbanas en Berlín.
Yo olfateo las huellas de tus promesas en el asfalto de mi esperanza,
al tanto que huyes desesperada de mi saliva que aún tiene
pequeños retazos de la piel de tus labios.

Los códigos encriptados de la luz de aquel espía de los tres ojos; verde, naranja, y rojo, me anuncian que pasaste por allí en otro tiempo, en otro espacio; y que ibas escapando de un delfín; quizá parte de mi alma fugitiva que sigue la ruta de tu soledad enmudecida, maquillada por las voces de los jueces de tus remordimientos.

Y la lista de reproches, de injurias, alegatos, manifiestos, insultos, y otras sandeces, se forja en mi cerebro cual sonata extraviada de Chopin o los versos en desorden de León de Greiff, con música como rehén y secuestradores amordazados también, en un silencio prolongado que aguarda la explosión de la ira.

Y me elevo como si las hélices de un colibrí mutaran con los dedos de mis pies y mis cabellos. Vuelo. Entonces la ciudad se hace más noble. Y la veo desnuda en un plano general. Sus pechos son tan tiernos, que quisiera abandonarme en sus playas, acariciarlos; y se sonroja, porque sabe que la observo, tras los lentes voyeristas de tu figura, la figura de tu nombre que tatué en mis pupilas, aquella tarde de agosto cuando te extravié.

Cuando dejo de respirar por un breve instante de tiempo en las nubes de un cielo sin nubes ni estrellas, sólo salas de espera, y un baño de color ocre-cian; te escucho correr a lo lejos, te escucho zapatear. Y al cerrar mis ojos de instantáneo mi cuerpo desvanece su ciencia, y se sume en la vana idea subjetiva de un suspiro o arte, que llaman ahora los Posmodernistas en los museos de Milán. Y voy tras de ti. Y te sigo. Y te persigo. Y te persigo. Y grito.

Los ecos que llegan a ti del grito prisionero en mi garganta, son en gotas de agua azuleja que produce un ruidazo de chapoteos, como si fuese una víctima ahogándose en un silencioso mar. Y es tu respiración la que me canta, en vocales cerradas los miedos de verme, de encontrarte con mis ojos profundos y ansiosos de venganza, por aquel dolor que me causaste cuando creí en tu repentino amor.

Detrás de ti, mi furia surge por las grietas de mis pestañas, que forzo en mantener cerradas, porque no quiero verte con aquella luz tan humana, tan carnal, no quiero que un sólo gramo de luminosidad de mis recuerdos en tu rostro, te exhiban públicamente, y sean primera página en los periódicos; no quiero que todos conozcan la vil mentirosa que has sabido ser, lo cobarde, al tener que huir, y esconderte en las cuencas de los charcos del pavimento recién operado con sólido desdén.

Y es en ese preciso, y cuerdo, y organizado momento, cuando a punto de restregar con mis ansias de esquizofrenia pos-engaño, yo, me detenga, con tanta resignación y vislumbre en tus ojos, un miedo profundo a mi luz; esa luz que estalla tus pupilas y te exhibe en pleno temor, casi en paro cardiaco, como si vieras en mí los mismos errores de tu pasado y quisieras destruirlos con escupitajos de incredulidad, al negarle a tu razón que fuiste capaz de actuar así.

Y lloras desconsolada, caída, tumbada en las planicies de aquellos transeúntes espías, que lerdamente siguen su camino y te dejan inadvertida en aquel mar de silencios, dónde el único chapoteo ruidoso, es el tuyo, en llanto amargo, y dolor ahogado en la congoja de tus recuerdos.

Entonces me olvido de la ira. Me olvido completamente de la existencia de los hombres, de la naturaleza, me olvido incluso que he llegado volando hasta aquí. Y la cremallera de mi pecho se abre, dejando el cuero de la ira arrugado en aquella calle.
Y sin saber quién, qué, o cómo soy; me tumbo en el suelo y chapoteo a tu ritmo en aquel mar de silencios, para comunicarme contigo, como si me fuese necesaria tu voz, o quizá, mejor, las respuestas tuyas de las negaciones pasadas, en un lenguaje de chapoteos, y no en la ausencia de tu rostro, ni en la fuga de tu pasado que tiene mi nombre esculpido en las plantas de sus pies; un lenguaje simple, definido quizá en pocas letras, que salen de tu boca como un vomito atragantado, obligado a esperar:

-No soy quién crees..., no estoy preparada,... déjame sola, necesito pensar.

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