martes, 15 de septiembre de 2009

Ausencia enmudecida

Sosegadas como bálsamo, aquellas palabras en las hojas de un árbol muerto;
moribundo a la entrada del invierno en las pupilas de mis párpados pestañeando tu lejanía mal enfocada, tu ausencia proyectada en la luz de aquel camino que mis ojos ocultan tras la cortina de su despertar.

Volando sin ser agua, ni hielo, desfigurada su esencia sólido-gaseosa, viaja en aviones invisibles o pintados de ocre; la palabra plausible concebida en los partos de mujeres mudas, amadas en los trenes de Auschwitz, en el reflejo de aquel grito estruendoso de mis brazos rodeando tu cuerpo inexistente ya, que había escapado mucho tiempo atrás, a los bosques de otro invierno, donde quizá, el sol que para nosotros murió, tenga una iglesia y esté resucitado en la fe de un niño contemplando un milagro primoroso, en los labios de sus padres. Y aquel hijo, con mis ojos, y los rasgos de otros nombres, te recuerden que yo existo, y poseo con vergüenza, las palabras de tu ausencia, la razón de tus sonidos impronunciables al hablar.

Y dirás si el precio de mi cercanía forjó en ti los silencios de tu alma cuando contemples la belleza de lo Eterno, y el traductor ágil de tu corazón estallando de espera se detenga para indagar a los vecinos de su granja, las letras, las vocales y los acentos que deberían existir en una exclamación de asombro, o placer, o simplemente ingenuidad; pero será insuficiente la ayuda de aquellos vecinos en la granja. Será insuficiente el indagar predominante en ese dócil corazón. Será inútil, porque tus palabras siguen morando tu ausencia, habitando el vecindario de los vientos en invierno frente a mi casa color cian.

Y no te culpo, y no soy dueño de ellas. Han decidido quedarse y recordar la incomparable felicidad, de ser pronunciadas por tu boca, y re-encontrarse con sus hermosos amores (almas gemelas) en el eco de mis silencios, donde se aman con pasión y dan a luz los hijos en música de primavera, por el calor de nuestros cuerpos encendidos de innombrable erotismo, en aquel horroroso frío dentro de la casa color cian.

No me niego que vengas a recogerlas. Tampoco me niego a dejarte ir, en caso tal que me mires de nuevo a los ojos del espíritu, y una de esas palabras tenga un orgasmo con su alma gemela; y aquel hijo que tiene mis ojos y los rasgos de otros nombres, tenga el valor y privilegio de ser hermano. No me niego a escucharte cuando duermo.
No me niego tampoco a esperarte hasta mañana al medio día.

Sólo me niego a pensar que es un invento mío, y que también tus palabras se han ido, con la forma de tu rostro en la sombra de la noche, el olor de tu espacio recién abandonado, y los matices de tu voz a las afueras de otro invierno.

Si la ausencia tuya no me ha dejado al menos un par de palabras; he de aceptar que ya no te conozco, que me he olvidado de ti.

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