lunes, 28 de septiembre de 2009

Dos dulces locos amargos

¿Cómo pueden acaso las nubes acariciarse hasta llorar lágrimas en el invierno?
Y luego llamarme en las madrugadas de insomnio con guitarras progresivas, que poseen la armonía de tus gustos, y se sientan a tu lado en una tarde fría, mientras lees, y tomas un mate amargo, caliente, como las voces de nuestros ansiosos deseos de tocarnos..., vernos incluso a lo lejos, en otra calle diferente a la misma que olvidamos en las letras de ficción, en otro tiempo, también de invierno triste... enmascarado en colores ajenos de los trazos de cualquier pintor, o posibles paisajes en otoños cercanos a las sonrisas que tus labios proveen, mientras tus dedos revuelven otro mate, igual de amargo a los dulces locos que lo beben.

¿Cómo se logra en un silencio acaecido construir escalones de privilegios íntimos, para volver del naufragio sumergido por las lágrimas de aquellas nubes en el invierno?
Y luego, bifurcar los caminos de la hoguera circular, en fragmentos de odas, y actos continuos, de mensajes flotantes, casi extraños, invisibles, que tus ojos han dibujado con intocables razones para solamente callar, y sonreír al brindar, con dos tazas de mate, en aquella habitación triangular, donde tu y yo, dos dulces locos amargos, evocan sus miradas, hasta fundirse en un sólo respirar.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Momento Eterno

Cómo sería nuestra próxima conversación
si vivieras cerca de mi casa
y te invitara café
para quizá, enamorarme de tu voz
o de tus letras que suenan en eco
cuando a la tarde lees para mí

No acabo de construir en mi cabeza
los risos de tu pelo pintados por el viento
en las calles de Buenos Aires
armonizadas por músicas de jazz
y destellos de sonrisas en tus labios

Y comento de Barthes o Benjamin Walter
y te leo en tus sueños los poemas de mis tiempos
los tiempos diferentes, en usos horarios
geográficas y climáticas distantes
y el puente son los sueños de vernos algún día

Entonces maquino y programo el encuentro
Machu Pichu espera nuestros brazos
fundidos en un abrazo primerizo de desconocimiento
para palparnos en la realidad, los cuerpos que tiempo atrás
forjamos en pequeños retazos elocuentes de intertextualidades
y gritos espontáneos de emociones en recuerdos vívidos

Y escribo un poema a la madrugada un día en septiembre
Extasiado de aquella mágica presencia
de tu voz en mis auriculares taciturnos
y levanto mis manos al cielo, casi en imploración
pidiendo que los dioses confabulen con el tiempo
y logren concebir nuestro encuentro fortuito
en un próximo verano, a la voz del cielo suspirando
por dos almas que logran verse a lo lejos
y soñar en un momento eterno

lunes, 21 de septiembre de 2009

Parpadear

Hay un momento del día cuando dejo de parpadear
y mis pupilas enfocan algún elemento natural
en el espacio citadino frente a mi ventana
y guardo silencio, y la ciudad escucha

Entonces sonrío vagamente al sentir la paz
que me provee pensar en tu nombre nunca mencionado
y tu sonrisa que ilumina en pequeños reflejos
la certeza de mi espera, en nuestro encuentro

Y son tus manos en mi espalda, acariciándome
miro la imagen de tu rostro, tras el velo inocente
de mis fantasías en aquella tarde cuando dejo de parpadear
y te evoco sin saber si existes, o si verdaderamente llegarás

Y me convenzo con aciertos de olores en los risos de tu pelo
y eres real en ese instante, en otra ciudad, otro planeta quizá
y parpadeo un par de veces, como queriendo olvidar tu imagen
o enfocar bien con mis pupilas, los elementos naturales de ésta calle

Y es allí, luego de unos segundos magistrales,
que sales por la ventana de tu cuarto como si alguien te llamara
y me sonríes mientras corres la cortina blanca,
también iluminada por tu sonrisa, y construyendo el velo
que me aparta de la ficción tan alejada de ti
la ficción propia en las ventanas no de mi edificio
de mi propio ser temeroso y lleno de ansias

Las ansias de volar tras tus sonrisas
y concebir las dos mujeres en mi vida:
tú, la mujer frente a la ventana de mi habitación
y tú, la mujer frente a la ventana de mi ficción

Entonces, no sé a cual hablarle
si acaso una es real,
y la otra inventada
son las dos parte de una sola
de un estado incontrolable de amorío

Y definitivamente no podré engañarlas
o me decido por ti, o por ella,
o me olvido que existes y que te escucho sonreír

Así como olvidé que no puedo ver
y que las únicas palabras ciertas
son las que dejo de pronunciar
y se enclaustran en sonidos de tu respiración
con el rose de tu ventana y la cortina rimbombante

Entonces, en ese momento dejo de parpadear
como esperando volver a ver la luz
como si tuviera esperanza y grandeza
como un ciego sonriendo sin expresión
sólo escuchando el mundo a su rededor

Imaginando quizá, un encuentro
un amor real, que pueda unir sus labios
al momento de exhalar su voz
y yo la vea, la vea tras las ventanas,
y lo viva, lo viva sin tener que parpadear

sábado, 19 de septiembre de 2009

Memoria en blanco

Dentro de las acciones de la rutina, hay un espacio junto al tiempo, cuando se revela en mis ojos, la terminación de un ciclo, de un viaje. Y aunque logro olvidarme con distracciones pasajeras, es inevitable no sentarme a los pies de mi cama, y escurrirme hasta el piso para reflexionar en aquel tiempo que se detiene, y me habla, como si fuese una voz intermitente, para contarme que todo terminó, y que debo continuar.

Y es allí precisamente cuando la nostalgia invade mis ojos, y sin entender el por qué, lloran estos de tal manera, que se hace público mi desconocimiento de un futuro próximo; a pesar que en la habitación no hay nadie más que mi cuerpo tendido sobre el piso, y el tiempo con su voz intermitente que susurra sueños inexistentes en un presente que también se extingue. Y son públicas mis lágrimas, cuando siento que la espesa sensación de soledad, ha dejado en mí memoria los ojos parpadear de aquellos seres que un día atrás, caminaron en este ciclo, junto a mí en este viaje. Y termina.

Pero no es miedo lo que siento. Es un estado de cansancio repuesto. De domingo en la tarde, cuando todo es pausa y las luces difuminadas se encienden, en un cielo que aún mantiene tres colores: un rojizo-naranja, en la mitad de un azul claro y un negro delicado, prudente. Entonces descubro lo que ocurre en mi cabeza. Entiendo las razones de mi nostalgia, ansiedad, y espera solitaria. Y suspiro tirado, tumbado a los pies de mi cama, y las músicas en violines a lo lejos, acompañadas de guitarras suaves y tranquilas, secan mis lágrimas que ya no son públicas, y tomo aire con los pulmones llenos de recuerdos, y se alejan cada uno de ellos, se alejan porque el ciclo se extingue, y la luz de lo pasado se agota, hasta dejar de existir.

Y mi memoria en blanco. Sin voces, sonidos, olores, o rostros en el recuerdo. Y mis pulmones vírgenes de aires mundanos, exhalados por otros seres que me esperan en otro tiempo-espacio, y los veo esperarme en la estación de trenes, para iniciar otro viaje, otro ciclo, uno que quizá termine en nostalgia, en una tarde de domingo, con un cielo de tres colores, y el desconocimiento de mis ojos, al ver mi propio rostro en el espejo, y no recordar quién soy, o si alguna vez fui.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Olvido; un espacio después de la ira.

Camino por estrechas calles siguiendo el rastro de tu olor
como un sabueso militante de tropas urbanas en Berlín.
Yo olfateo las huellas de tus promesas en el asfalto de mi esperanza,
al tanto que huyes desesperada de mi saliva que aún tiene
pequeños retazos de la piel de tus labios.

Los códigos encriptados de la luz de aquel espía de los tres ojos; verde, naranja, y rojo, me anuncian que pasaste por allí en otro tiempo, en otro espacio; y que ibas escapando de un delfín; quizá parte de mi alma fugitiva que sigue la ruta de tu soledad enmudecida, maquillada por las voces de los jueces de tus remordimientos.

Y la lista de reproches, de injurias, alegatos, manifiestos, insultos, y otras sandeces, se forja en mi cerebro cual sonata extraviada de Chopin o los versos en desorden de León de Greiff, con música como rehén y secuestradores amordazados también, en un silencio prolongado que aguarda la explosión de la ira.

Y me elevo como si las hélices de un colibrí mutaran con los dedos de mis pies y mis cabellos. Vuelo. Entonces la ciudad se hace más noble. Y la veo desnuda en un plano general. Sus pechos son tan tiernos, que quisiera abandonarme en sus playas, acariciarlos; y se sonroja, porque sabe que la observo, tras los lentes voyeristas de tu figura, la figura de tu nombre que tatué en mis pupilas, aquella tarde de agosto cuando te extravié.

Cuando dejo de respirar por un breve instante de tiempo en las nubes de un cielo sin nubes ni estrellas, sólo salas de espera, y un baño de color ocre-cian; te escucho correr a lo lejos, te escucho zapatear. Y al cerrar mis ojos de instantáneo mi cuerpo desvanece su ciencia, y se sume en la vana idea subjetiva de un suspiro o arte, que llaman ahora los Posmodernistas en los museos de Milán. Y voy tras de ti. Y te sigo. Y te persigo. Y te persigo. Y grito.

Los ecos que llegan a ti del grito prisionero en mi garganta, son en gotas de agua azuleja que produce un ruidazo de chapoteos, como si fuese una víctima ahogándose en un silencioso mar. Y es tu respiración la que me canta, en vocales cerradas los miedos de verme, de encontrarte con mis ojos profundos y ansiosos de venganza, por aquel dolor que me causaste cuando creí en tu repentino amor.

Detrás de ti, mi furia surge por las grietas de mis pestañas, que forzo en mantener cerradas, porque no quiero verte con aquella luz tan humana, tan carnal, no quiero que un sólo gramo de luminosidad de mis recuerdos en tu rostro, te exhiban públicamente, y sean primera página en los periódicos; no quiero que todos conozcan la vil mentirosa que has sabido ser, lo cobarde, al tener que huir, y esconderte en las cuencas de los charcos del pavimento recién operado con sólido desdén.

Y es en ese preciso, y cuerdo, y organizado momento, cuando a punto de restregar con mis ansias de esquizofrenia pos-engaño, yo, me detenga, con tanta resignación y vislumbre en tus ojos, un miedo profundo a mi luz; esa luz que estalla tus pupilas y te exhibe en pleno temor, casi en paro cardiaco, como si vieras en mí los mismos errores de tu pasado y quisieras destruirlos con escupitajos de incredulidad, al negarle a tu razón que fuiste capaz de actuar así.

Y lloras desconsolada, caída, tumbada en las planicies de aquellos transeúntes espías, que lerdamente siguen su camino y te dejan inadvertida en aquel mar de silencios, dónde el único chapoteo ruidoso, es el tuyo, en llanto amargo, y dolor ahogado en la congoja de tus recuerdos.

Entonces me olvido de la ira. Me olvido completamente de la existencia de los hombres, de la naturaleza, me olvido incluso que he llegado volando hasta aquí. Y la cremallera de mi pecho se abre, dejando el cuero de la ira arrugado en aquella calle.
Y sin saber quién, qué, o cómo soy; me tumbo en el suelo y chapoteo a tu ritmo en aquel mar de silencios, para comunicarme contigo, como si me fuese necesaria tu voz, o quizá, mejor, las respuestas tuyas de las negaciones pasadas, en un lenguaje de chapoteos, y no en la ausencia de tu rostro, ni en la fuga de tu pasado que tiene mi nombre esculpido en las plantas de sus pies; un lenguaje simple, definido quizá en pocas letras, que salen de tu boca como un vomito atragantado, obligado a esperar:

-No soy quién crees..., no estoy preparada,... déjame sola, necesito pensar.

martes, 15 de septiembre de 2009

Ausencia enmudecida

Sosegadas como bálsamo, aquellas palabras en las hojas de un árbol muerto;
moribundo a la entrada del invierno en las pupilas de mis párpados pestañeando tu lejanía mal enfocada, tu ausencia proyectada en la luz de aquel camino que mis ojos ocultan tras la cortina de su despertar.

Volando sin ser agua, ni hielo, desfigurada su esencia sólido-gaseosa, viaja en aviones invisibles o pintados de ocre; la palabra plausible concebida en los partos de mujeres mudas, amadas en los trenes de Auschwitz, en el reflejo de aquel grito estruendoso de mis brazos rodeando tu cuerpo inexistente ya, que había escapado mucho tiempo atrás, a los bosques de otro invierno, donde quizá, el sol que para nosotros murió, tenga una iglesia y esté resucitado en la fe de un niño contemplando un milagro primoroso, en los labios de sus padres. Y aquel hijo, con mis ojos, y los rasgos de otros nombres, te recuerden que yo existo, y poseo con vergüenza, las palabras de tu ausencia, la razón de tus sonidos impronunciables al hablar.

Y dirás si el precio de mi cercanía forjó en ti los silencios de tu alma cuando contemples la belleza de lo Eterno, y el traductor ágil de tu corazón estallando de espera se detenga para indagar a los vecinos de su granja, las letras, las vocales y los acentos que deberían existir en una exclamación de asombro, o placer, o simplemente ingenuidad; pero será insuficiente la ayuda de aquellos vecinos en la granja. Será insuficiente el indagar predominante en ese dócil corazón. Será inútil, porque tus palabras siguen morando tu ausencia, habitando el vecindario de los vientos en invierno frente a mi casa color cian.

Y no te culpo, y no soy dueño de ellas. Han decidido quedarse y recordar la incomparable felicidad, de ser pronunciadas por tu boca, y re-encontrarse con sus hermosos amores (almas gemelas) en el eco de mis silencios, donde se aman con pasión y dan a luz los hijos en música de primavera, por el calor de nuestros cuerpos encendidos de innombrable erotismo, en aquel horroroso frío dentro de la casa color cian.

No me niego que vengas a recogerlas. Tampoco me niego a dejarte ir, en caso tal que me mires de nuevo a los ojos del espíritu, y una de esas palabras tenga un orgasmo con su alma gemela; y aquel hijo que tiene mis ojos y los rasgos de otros nombres, tenga el valor y privilegio de ser hermano. No me niego a escucharte cuando duermo.
No me niego tampoco a esperarte hasta mañana al medio día.

Sólo me niego a pensar que es un invento mío, y que también tus palabras se han ido, con la forma de tu rostro en la sombra de la noche, el olor de tu espacio recién abandonado, y los matices de tu voz a las afueras de otro invierno.

Si la ausencia tuya no me ha dejado al menos un par de palabras; he de aceptar que ya no te conozco, que me he olvidado de ti.

domingo, 13 de septiembre de 2009

La casa color cian

¿Por qué negarme a recordarte sonreír?

¿Acaso es una acción malévola que vivas en mis evocaciones
y te acaricie con las pestañas del recuerdo que se intenta olvidar?

¿Podría aquel que amó, con las incesantes palabras de peligro en las promesas y aventuras futuras como ensoñaciones medievales, acusar a las imágenes que me reiteran tus ojos tras un largo beso en aquellas tardes sin sol ni viento, en la playa atrás de la casa color cian?

O los amantes descubiertos que se alejaron...

Los que perdieron la llama de su pasión y lograron la sobriedad vana de la rutina

¿Esos amantes me pedirán en cartas anónimas que abandone la idea de verte sonreír en los vidrios de mi ventana y buscar la luz que provee el reflejo, esa luz de tus ojos que anda perdida en mis entrañas, en el sabor de tus besos, aquellas tardes sin sol ni viento, frente a la casa color cian?

O quizá los cielos enfurecidos una madrugada de invierno, agolpando con las uñas de su enojo; destruya las tejas del techo de mi morada y me obligue a salir de aquella casa color cian, dónde pacté con certeza y razón mi amor por tu voz, el espacio entre tus senos, las líneas abajo de tus párpados, las hendiduras de tu oreja izquierda, y la forma instintiva de mirarme velozmente, cuando iniciaba una lectura de Rimbaud...

He descubierto muy tarde; las razones y las formas en las que aún, sigues viva en mi odio añejo disecado en la galería de mi cerebro; y la extrañes de tus caricias se mantiene en los vellos de mi tacto.

Ni siquiera así me lamento, ni entristezco.
Mis ojos presencian la muerte de la casa color cian, luego de prender fuego a las voces de tu alma en los objetos que la decoraban, unos tuyos, otros míos, otros del pecado marital que vivimos en las noches de placer a la orilla de la playa...
en ésta, esa...
Nuestra casa color cian

Y me pregunto si sonreirías, al verme en ésta imagen absurda, enloquecida, paranoica, esquizofrénica, casi lúcida en dolor, y al borde de un ataque de pasión y deseo...

Mientras contemplo con satisfacción el holocausto de nuestro acaecido hogar
y las partículas de carbón vuelan con las brazas algunos metros más allá del cielo raso de tu lejanía, en la que fue tuya, mía, nuestra casa color cian; soy expuesto al descubrimiento de la única verdad en mencionada historia:

No son las lágrimas de mi cuerpo
No es el fuego ajeno de un fósforo estático
No es la ceniza, ni la playa
Nunca fue la casa, ni tus voces en los objetos
Es el amor que aún muerto, recorre como un fantasma
las calles de mi pasado, y las ansias futuras
en negaciones presentes…
Negaciones a vivir acciones desenfrenadas
Y extrañarlas a la noche, contemplando las cenizas
de un fuego que solamente fue, es, y será interno

miércoles, 9 de septiembre de 2009

A ti, Alfarero

A ti, Alfarero
Que mantienes la imagen de las estrellas
en el firmamento de la tierra
cuando se ha ido cada una
hace millones de años

A ti, Alfarero
Que logras unir un esperma
con un óvulo fecundo
en las profundidades de un cuerpo
y formas un ser vivo; perfecto

A ti, Alfarero
Que destruyes las vasijas viejas
con el pasado y las culpas duraderas
hasta lograr una masa fina
y darle forma a un nuevo Hombre

A ti, Alfarero
Que bautizas con tus dones
los amantes de tu obra
en los bosques vírgenes
de las tierras olvidadas

A ti, Alfarero
Que trazas los caminos de los ríos
hasta el mar de tus lamentos
de las tristezas de tus dichos
causadas por el hombre Inteligente

A ti, Alfarero
Que vislumbras junto al río
la criatura y el cántaro
recoger el agua de tu fuente
en el paraíso del espíritu

A ti, Alfarero
Y a los que han vuelto a nacer
con otro nombre quizá

Mis únicas palabras
En ésta noche del mes del jazz:

Shalom Shalom

que vuestros ojos
aunque estén ciegos
no cesen nunca
de ver más allá

lunes, 7 de septiembre de 2009

Los teléfonos del Universo

Son llamadas gástricas hurgando mis ojos
corriendo en saltos hasta mi boca
al tanto otros gritan de saciedad
el dolor de la poesía en estos versos

Levanto auriculares hasta el cielo
y traspasan las sombras de la muerte envejecida
preguntan esas voces por el recuerdo del principio
de la vida antes del dolor del silencio

Son mujeres ajenas tejiendo amoríos costosos
Niños bastardos jugando a escondites eternos
Son hombres castrados buscando a los presos
de la vida en el universo que se extingue lerdo

Los teléfonos del Universo no suenan
Las oficinas de los planetas han caducado
El eco de lamento del Eterno
espera impaciente que algún muerto
quizá un sobreviviente
Hable al otro lado de la línea
y quiebre la nefasta idea concebida
de un mundo sin humanos
sin voces en el Universo

sábado, 5 de septiembre de 2009

Contradicción

Soy una contradicción
y niego cuando lo reconozco
al ver mis actos lejos de mis pensamientos

Soy una contradicción sarcástica
poseída por un vaivén orgásmico
de confusiones y misterios

Soy una contradicción
y no quiero serlo

Quiero olvidar mis ancestros
o amordazarlos en mi cerebro
y alejar sus voces de mis miedos

Soy una contradicción
y no sé si deje de serlo
no aprendí otra cosa de los tiempos
más allá de proferir poesía
de olvidarme de los dichos de los muertos

Soy una contradicción
y no sé quién soy frente al espejo
un desconocido gritando en los versos
de un poema incierto
falto de coherencia
moribundo en la incertidumbre
de mis respuestas en silencios

Soy una contradicción
y no sé lo que quiero

No sé si vivir de los recuerdos
o volver a tus brazos
y morir de dolor en tu rechazo

Porque soy una contradicción
y soy tu espejo

Yo también te necesito
Pero me niego a expresarlo
a que descubras
los mil deseos de besarte
y mi negación
a la imagen de tu rostro sonreír
cada mañana en mi agónico despertar

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Nadie cree en lo Eterno

Salí a buscar amada en las plazas de París
mis oídos puestos en las armonías de Strauss
caminando estático en los bolsillos de mi gabán
encontré mujeres vírgenes en amor y
prostitutas de historias miles
viviendo su pasado extremo en las llagas de su piel

Salí a buscar y no encontré
Lo superfluo agotó en las tiendas
la venta de ensoñación marital amanecida
y las rancias tardes asintiendo
de maridos pacientes llenos de canas
frente a recuerdos vívidos en las bocas de otras ancianas

Ya nadie cree en el Eterno
Los días pasan contra tiempo
y los sexos se juntan para sacar provecho
como si su sed fuese interminable
tan estrepitosa como el grito de un muerto

Salí a buscar
con la última esperanza puesta
en la idea precaria de poder amar
y sobreviví del encierro
de la horrorosa fuente del deseo

No encontré amada alguna
ni ajena
ni propia
ni siquiera referida por Cervantes

Se hace noche en la plaza de París
en los bolsillos de mi gabán el anillo
que baila las melódicas palabras de Strauss
en un círculo eterno ya extinguido
sólo en restos de una imagen mental
de aquel loco
resignado
que camina en soledad